Por José Gilberto Valdés
El 25 de diciembre siempre es pretexto para fortalecer
relaciones humanas, bueno por eso es Navidad. La costumbre de los cubanos, similar
a otros pueblos, permite en ese día actualizar las noticias en torno a la vida
cotidiana y, sobre todo, expresar muy
buenos deseos al prójimo.

Recuerdo a mi amplia casa
de tejas de barro en la zona céntrica de la ciudad de Camagüey como punto de
coincidencia para una tradicional familia de muchos “valdeses” y “aguilares”
que nos reuníamos para celebrar la fecha católica, extraída en un ajiaco de creencias
religiosas.
Con actos de sacrificio, como el sincrético Mesías, siempre los mayores de la familia contabilizaban
de cierta manera la disyuntiva de cosas caras con soluciones pobres, para en la
víspera (Nochebuena) colocar sobre la mesa de una decena - o más- sillas el lechón
asado, arroz con frijoles, vianda hervida, tostones de plátano, ensaladas de
lechuga y tomate, bebidas y buñuelos de yuca, entre otros dulces, luego de los
ancestrales saludos quiay y ¿cómo andái vos?, que caracterizan
al habla en esta región cubana.
Niños y adolescentes tampoco en esta ocasión estábamos
tranquilos. Aprovechábamos la flexible custodia maternal para llevarnos a la
boca algún alimento tomado a hurtadillas o desandar la casona hasta que el tropelaje
rozaba el árbol de frágiles bolas y pequeñas luces de colores, adornado
con algodón para simular la nieve, en una de las esquinas de la sala. A salvo
la maqueta de Belén, pero recibíamos buen regaño, casi con el pétalo de una
flor, en fin eran tiempos de perdón. Al rato continuaban las andanzas.
Siempre fuimos los “muchos” en las celebraciones,
posteriormente compartidas por relación familiar y con buenas amistades. Más
allá de las creencias religiosas, no se apartó esta fecha en la mente de los
cubanos, y se buscaron pretextos en el intenso quehacer del día a día para el agasajo,
aun cuando no tuviera semejanza a los
antecesores.
A finales de los noventa, relacionado con la visita del Papa
Juan Pablo II, en Cuba se restableció el
25 de diciembre, tras varias décadas, como día feriado no laborable, para complacencia
de cristianos y oportunidad de no creyentes.
Con el paso de los años han
cambiado el escenario y parte de los protagonistas. La familia se ha multiplicado, sigue siendo de los
“muchos”, reconocidos en el barrio y en los respectivos centros de trabajo y
escolares. Ahora somos los “valdés-muñoz” quienes tenemos atracción magnética y
aún necesitamos más de una decena de sillas.
Seguimos interpretando la disyuntiva de cosas muy caras con salarios
medios para reunirnos en la fecha de tradición familiar, desearnos felicidad y
prosperidad. Pasada la Navidad, en días tendremos la cena por el advenimiento
del Año Nuevo, coincidente con el aniversario 56 del triunfo de la Revolución
Cubana.
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