Por Ernesto Pantaleón Medina
Todos los años se componen de 365 días, de acuerdo con las convenciones acordadas mundialmente hace bastante tiempo, y a su vez, cada día cuenta con 24 horas.
Hasta ahí solo afirmaciones intrascendentes de este comentador, pero que sirven de punto de partida para abordar una fecha, de entre las muchas que recoge la historia de Cuba, relacionadas con hechos significativos del acontecer patrio.
Me refiero al 26 de julio de 1953, jornada épica en que un pequeño grupo de jóvenes asaltaron dos fortalezas, una de ellas la segunda en importancia en el país, valladares tras los que se resguardaban las torturas y asesinatos tan frecuentes durante la dictadura de Fulgencio Batista.
Día grande entre los grandes para los habitantes de la isla, 24 horas que marcaron el renacer de los anhelos libertarios que engendraron mambises de la talla de Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, Máximo Gómez (el inmenso e imprescindible dominicano), Ignacio Agramonte y tantos otros.
Era en 1953, calendario en que José Martí, el apóstol de la independencia cubana, cumpliría 100 años, y la obra por la que ofrendó su vida deslumbrante, se apagaba entre los atropellos, el hambre, la miseria y la iniquidad.
Por eso puede calificarse aquel día 26 como el del renacer, como la diana que entonaron los disparos de un puñado de valientes dispuestos a morir antes que continuar esclavos, y que despertaron todo un pueblo de Maisí a San Antonio.
Eran Santiago y Bayamo los escenarios donde se realizaron las acciones, con más valor histórico y moral que militar, y aunque al final la esquiva victoria dio la espalda a los revolucionarios guiados por Fidel, el desigual combate sirvió para mostrar a los tímidos e irresolutos que existía un único camino, el de las armas, para derrocar al tirano.
Llegaron la prisión y el exilio, los días luminosos de la partida del Granma desde u n puerto hermano en México, y más tarde las duras jornadas del desembarco, la sorpresa y la masacre de una tropa expedicionaria bisoña, hambrienta y enferma.
Pero nacía allí el Ejército Rebelde en el suelo fértil de la Sierra Maestra, y la gesta de los barbudos rescató para siempre, el primero de enero de 1959, la dignidad y la justicia que parecían perdidas para siempre.
Hoy Santiago de Cuba, la de hospitalidad inigualable, la de valentía y fidelidad a toda prueba, viste nuevas galas tras meses en que sus hijos la reconstruyeron luego del paso de un huracán devastador.
Sonríen los habitantes de la oriental provincia, y bailan jubilosos al son de contagiosa conga callejera, pero no olvidan que el presente tuvo su semilla un día, el número 26, de un mes, julio, aquel año 1953 en que todo parecía perdido y tanto se recuperó.
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