El joven afroamericano Michael Brown, de 18 años de edad,
recibió dos disparos en la cabeza
y cuatro en el brazo derecho. (Foto tomada de20minutos.es)
Sobre el tema que ha causado gran revuelo en los Estados Unidos y en el mundo, les presento las siguientes reflexiones de mi colega de Televisión Camagüey, Ernesto Pantaleón Medina
Estoy seguro de que si el presidente de los
Estados Unidos de Norteamérica saliera por las calles con su habitual escolta,
el acostumbrado despliegue publicitario y los montones de aduladores, especialistas
en imagen pública, en oratoria, en campañas, en engaños, en hipocresía, etc., se
formaría el revuelo de esperar en estos casos, y muchos acudirían al paso del mandatario para estrecharle la
diestra, para decirle adiós o para… cualquier otra ocurrencia.
Sin embargo, quizás ninguno de los ciudadanos
que se congregarían en este hipotético recorrido por las aceras de Nueva York,
Washington, o cualquier otra urbe, pensaría en disparar un tiro al flamante (¿o
flagrante?) Premio Nobel de la Paz.
Pero me gustaría retar al señor Obama a que,
sin bombos ni platillos, sin escoltas ni carros blindados, saliera a la vía
pública alguna noche lluviosa y paseara despreocupadamente, vestido con chaqueta oscura y gorro apropiados para
evitar el resfriado… entonces sí estaría en problemas el rector de los destinos
de la primera potencia mundial.
De seguro muchos lo mirarían de reojo, con
suspicacia, sospecha o temor, mientras pensarían para sus adentros:
¨Un negro, encapuchado, vestido de oscuro,
las manos en los bolsillos, algo está tramando, quizás está armado…¨
Y como es natural en el país de las
libertades, apresurarían la marcha para ¨escapar del peligro¨, o marcarían con
premura el 911 en sus celulares.
Hasta ahí, el más desenfadado de los
defensores del racismo y la violencia podría justificar lo descrito.
Pero si para desgracia del demócrata Obama se
tropezara con una patrulla, lo más aconsejable sería buscar una varita mágica y
desaparecer, o pedirle a su dios (tal vez a la
oscura divinidad que adoraban sus ancestros) que le salieran unas alitas
para escapar a toda velocidad.
¿Por qué? Puede preguntar el sempiterno
ingenuo que aparece en todas las historias.
Pues sencillamente, que al verlo lo
detendrían de forma más o menos agresiva e incriminatoria, y ni hablar de sacar
las manos de los bolsillos para enfatizar su explicación de ese deambular
nocturno y solitario.
Con rudos movimientos de expertos, los ¨guardianes del orden¨ le doblarían los
brazos a la espalda, para esposarlo y meterlo a empujones en el auto policial.
Si alzara la voz en un amago de protesta,
desencadenaría una lluvia de golpes, y si intentase huir… entonces todo
adquiere color de tragedia y el pobre presidente caería al suelo luego de sonar
cuatro o cinco disparos.
¨Intento de resistir al arresto, agresión a
la autoridad… ¨ serían las explicaciones
de los oficiales, blancos, fuertes, rubios, prepotentes, a lo nazi, en los
inicios de la investigación, cuando aún no se sabría la identidad de la victima
(¿Para qué quiere un mandatario portar identificación o licencia de conducir?)
Después podría pasar cualquier cosa, porque
claro, se trata de ese buen señor que ocupa la silla mayor en la Casa Blanca,
el mismo que hasta ahora no ha tomado decisiones efectivas para salvaguardar la
vida de los afrodescendientes, como tampoco ha podido evitar los tiroteos en
las escuelas y universidades.
Pero lo peor es que, de acuerdo con los
reiterados reportes de prensa, se afinca cada vez más en la rutina de los
uniformados de USA el pensamiento fascista de que negro bueno es el negro
muerto.
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