Por José Gilberto Valdés
“Sin
revolución, señores, no hay patria posible; no hay derechos posibles, ni
virtudes, ni honor para los cubanos”
La
otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, con cinco siglos de
existencia, es reconocida cuna de próceres independentistas y forjadores de la
nacionalidad cubana. En el extenso listado de precursores de la liberación del
yugo español se encuentra la figura de Gaspar Alonso Betancourt Cisneros,
nacido el 29 abril 1803.
El
Lugareño, como se le conocía, constituye uno de los ejemplos de la evolución política
cubana antes de la asonada insurreccional de 1868, tanto como lo fue en la
promoción de la cultura, la educación y el desarrollo de la economía en estas
llanuras de la región centroriental de la Isla.
En
el complejo tramado conspirativo contra el poder colonial español, se encuentra
a Gaspar como parte de la comisión de criollos que en 1823 viaja de Nueva York
al encuentro con Simón Bolívar, para interesarlo en la liberación de Cuba. Aunque
no se concretó el proyecto, sin dudas esas gestiones fortalecieron el
pensamiento revolucionario de un joven de 20 años de edad.
Una
decena de años después regresa a su tierra natal, donde despliega una personalidad
hiperactiva como periodista en la Gaceta de Puerto Príncipe, fundador de escuelas -entre ellas la primera
de Nuevitas- y otras obras altruistas, en colaboración de su amigo el Padre Valencia.
El
proyecto de su vida fue la construcción del ferrocarril desde Puerto Príncipe a
la bahía de
Nuevitas -el segundo de la
Isla –, el cual constituyó un importante aporte al traslado de mercancías y las
comunicaciones en el territorio.
En
1846 por exigencias del gobierno español se vio obligado a salir de Cuba. La
primera escala de su destierro es en los Estados Unidos, donde fue presidente
de la Junta Cubana de Nueva York y funda el periódico La Verdad, desde donde
defendió ideas anexionistas, hasta que de ellas solo quedaron oscuras cenizas.
Durante
su estancia en el país norteño, El Lugareño se percató de las intenciones humillantes
del Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano acerca de Cuba, y
de inmediato hace saber públicamente su
enérgico rechazo a que la Isla se vendiera como una pobre mercancía. Antes de
partir para Europa en octubre de 1856, reitera su nuevo credo independentista cuando
afirma que la patria ha de levantarse como una antorcha viva de entre el lodo y
la sombra del coloniaje.
Amparado
por una amnistía, regresa a Cuba y fallece en La Habana el 7 de diciembre de
1866. La muerte de Gaspar Betancourt Cisneros fue objeto de muestras impresionantes
de admiración y respecto. Cuando su cadáver arriba a la estación de ferrocarril en Puerto Príncipe
se produce una reverencia popular con evidentes reflejos de las ideas
revolucionarias que prevalecían en la región.
Salvador
Cisneros Betancourt, Eduardo Agramonte Piña y Rafael Rodríguez Agüero depositan
dentro del féretro una copia de la constitución de la Junta Revolucionaria del
Camagüey, firmada por hacendados e intelectuales, junto a una bandera de la
estrella solitaria.
Era
el reconocimiento al hombre que había apagado las ideas anexionistas, al
proclamar “Sin revolución, señores, no hay patria posible; no hay derechos
posibles, ni virtudes, ni honor para los cubanos”.
Apenas
dos años después de la muerte de El Lugareño, el Camagüey resultaba uno de los
principales escenarios de la lucha insurreccional contra la colonia española.
Fuentes:
Dr. Cs. Luis Álvarez Álvarez: El Lugareño
MSc.
Elda E. Cento Gómez: La insurrección de
todos
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