(Foto tomada de Ismael Francisco/Cubadebate) |
Por José Gilberto Valdés
La vestimenta informal, veraniega, llevada a toda hora
durante los meses de julio y agosto ocupan un lugar de reserva en armarios y
closets. Los colores han cambiado en el paisaje cubano desde las horas
iniciales del noveno mes, tanto en las ciudades como en las comunidades rurales
del llano y la serranía.
Predominan desde el primero de septiembre los rojos y
amarillos de los uniformes de la enseñanza general, azules y carmelitas de los
centros preuniversitarios y politécnicos. Para los universitarios la selección
es variopinta y juvenil.
Nuevas expectativas se avizoran en el curso escolar 2015 a
2016, a todo lo largo y ancho del archipiélago.
Dos millones de niños y jóvenes cubanos asisten a las aulas, entre
alegrías y emociones, cuyas puertas se abren gratuitamente para todos con el correspondiente
aseguramiento de personal docente -preparado adecuadamente para multiplicar el
pensamiento-, base material de estudio, laboratorios y talleres.
Prácticamente, uno de cada seis cubanos disfruta desde hoy
los beneficios de algún nivel de
educativo, a los cuales en conjunto el Estado dedica la cuarta parte del
presupuesto anual. Con muchas razones, se afirma en todas las tribunas afines
que la educación es una conquista sagrado de la Revolución.
Más de una ocasión hemos leído y escuchado que con matices
“Las condiciones creadas son superiores
a las del curso anterior…-Ahí radican las expectativas de todos, para ser el
pueblo feliz que tiene mejor educados a
nuestros hijos, como sentencia el pensamiento martiano.
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