En una llanura silvestre de Botswana,
arrimado a un mítico árbol baobab, un elefante arranca, uno a
uno, los pétalos de una margarita, mientras entre colmillos susurra la
seguidilla cursi: me quiere…no me quiere. Con asombro añade… y dispara.
Un safari ese destino
turístico del sur de África, puede ser trascendental para quienes poseen una
bolsa abultada de monedas para este tipo de expediciones y para los familiares
y allegados que admiran las fotos y trofeos de las cacerías.
Sin embargo, muy debatida, a
favor y en contra, ha sido la última y costosa cacería del rey español Juan Carlos, que salió a la luz pública, es decir a los medios de
comunicación, a raíz de un accidente que le causó
una fractura en la cadera al monarca de 74 años de edad.
La noticia tiene sus aristas filosas. Por siglos ha
sido emblemático el gusto de los soberanos por la caza. Cierto. Sorprende, no obstante,
conocer que éste Borbón es el presidente honorario de la sección española del
Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), que se opone a
este tipo de cacería.
Es decir que el elefante puede pensar que… lo
quiere.
Pero no es así, pues el soberano ha empleado 40 mil
euros para oprimir el gatillo de la escopeta ..y dispara.
La polémica del accidentado viaje
del representante de la Casa Real, se entremezcla
en los titulares del boom informativo que genera la situación económica de
España, donde se multiplican los ajustes presupuestarios, el desempleo alcanza
la cifra del 25 %, y es amenazado bienestar de los jubilados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario