Por José Gilberto Valdés
La guerra de los diez años, iniciada en octubre de l868, había sido devastadora para los criollos en franca formación de la nacionalidad cubana, pero que agotaba los recursos de la economía rural, básicamente, la región central y oriental de la Isla. Igualmente, las arcas de España habían llegado a bajos niveles por el obstinamiento de mantener a la última colonia en el Mar de las Antillas.
Muchos combatientes de las tropas mambisas y del gobierno de la República en Armas arriban al año 1878 con la profundización del caudillismo, la falta de disciplinas de algunos representantes de las filas insurrectas y la desunión entre las fuerzas condujeron al Zanjón, en el territorio de Camagüey, donde se rubricó en el mes de febrero un pacto injusto de paz propuesto por los españoles, como una manera de salir de los aprietos creados en la contienda colonialista.
La propuesta del general Arsenio Martínez Campos en modo alguno garantizaba la emancipación de Cuba y la abolición de la esclavitud, principales ideales de hombres y mujeres que forjaban el sentido de pertenencia a la tierra, el sentimiento del criollo -mezcla de culturas aborigen, española y africana-, totalmente ajena a la manera de pensar en la península ibérica.
Tales pretensiones para suspender las hostilidades de manera tan vergonzosa chocaron contra la hidalguía y el patriotismo del Mayor General Antonio Maceo y otros jefes mambises en la zona oriental de la Isla, dispuestos a continuar la lucha, según dieron a conocer por escrito al alto oficial de la metrópoli.
El 15 de marzo de ese año, llega Martínez Campos al lugar conocido como Mangos de Baraguá, en Oriente, confiado en obtener el respaldo a su programa pacificador favorable a España. Sin embargo, Maceo–con tanta fuerza en la mente como en el brazo- acude a la cita con la resolución de mantener la lucha en el campo insurrecto.
Célebre es el resultado de la corta conversación del guerrero incansable del Ejército Libertador, convertida desde entonces en símbolo de intransigencia para los cubanos:
La Protesta de Baraguá se convirtió en la piedra en la bota del opresor español, que continuó molestándolo en la continuación de la lucha insurrecta y luego durante la tregua fecunda y la guerra de independencia, organizada por José Martí.
Frente a otros contendientes de ínfulas coloniales, ha trascendido la enérgica posición del General Maceo entre los cubanos de estos tiempos, pues según afirmó Fidel: “(...) llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre el espíritu patriótico de nuestro pueblo; y que las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocados en su sitial más alto.”
Seguimos siendo la piedra en la bota.
La guerra de los diez años, iniciada en octubre de l868, había sido devastadora para los criollos en franca formación de la nacionalidad cubana, pero que agotaba los recursos de la economía rural, básicamente, la región central y oriental de la Isla. Igualmente, las arcas de España habían llegado a bajos niveles por el obstinamiento de mantener a la última colonia en el Mar de las Antillas.
Muchos combatientes de las tropas mambisas y del gobierno de la República en Armas arriban al año 1878 con la profundización del caudillismo, la falta de disciplinas de algunos representantes de las filas insurrectas y la desunión entre las fuerzas condujeron al Zanjón, en el territorio de Camagüey, donde se rubricó en el mes de febrero un pacto injusto de paz propuesto por los españoles, como una manera de salir de los aprietos creados en la contienda colonialista.
La propuesta del general Arsenio Martínez Campos en modo alguno garantizaba la emancipación de Cuba y la abolición de la esclavitud, principales ideales de hombres y mujeres que forjaban el sentido de pertenencia a la tierra, el sentimiento del criollo -mezcla de culturas aborigen, española y africana-, totalmente ajena a la manera de pensar en la península ibérica.
Tales pretensiones para suspender las hostilidades de manera tan vergonzosa chocaron contra la hidalguía y el patriotismo del Mayor General Antonio Maceo y otros jefes mambises en la zona oriental de la Isla, dispuestos a continuar la lucha, según dieron a conocer por escrito al alto oficial de la metrópoli.
El 15 de marzo de ese año, llega Martínez Campos al lugar conocido como Mangos de Baraguá, en Oriente, confiado en obtener el respaldo a su programa pacificador favorable a España. Sin embargo, Maceo–con tanta fuerza en la mente como en el brazo- acude a la cita con la resolución de mantener la lucha en el campo insurrecto.
Célebre es el resultado de la corta conversación del guerrero incansable del Ejército Libertador, convertida desde entonces en símbolo de intransigencia para los cubanos:
— ¡Guarde usted ese documento, no queremos saber de él…! El general (Arsenio Martínez Campos) tiró su cigarrillo y plegó su papel guardándole en su levita.
—Es decir, exclamó, ¿que no nos entendemos? ―
— ¡No, dijo Maceo, no nos entendemos!
—Entonces, replicó el General Campos, ¿volverán a romperse las hostilidades?
—¡Volverán a romperse las hostilidades!, acentuó Maceo significativamente.
La Protesta de Baraguá se convirtió en la piedra en la bota del opresor español, que continuó molestándolo en la continuación de la lucha insurrecta y luego durante la tregua fecunda y la guerra de independencia, organizada por José Martí.
Frente a otros contendientes de ínfulas coloniales, ha trascendido la enérgica posición del General Maceo entre los cubanos de estos tiempos, pues según afirmó Fidel: “(...) llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre el espíritu patriótico de nuestro pueblo; y que las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocados en su sitial más alto.”
Seguimos siendo la piedra en la bota.
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