Por José Gilberto Valdés
En 1878 parecía que el tortuoso camino de la lucha por la
independencia de Cuba finalizaba en la zanja cavada por aquellos que optaron
por capitular con el habilidoso general español Arsenio Martínez Campos.
La Guerra de los Diez Años no tendría un final feliz, por
el incontrolable caudillismo y regionalismo, indisciplinas y la ausencia de un
mando único desatado entre los cubanos que hicieron fracasar la unidad.
Sin embargo, muchos de los criollos en guerra -- sobre todo en la parte oriental de la isla--,
no aceptaron las enmiendas del “Pacto del Zanjón” que en modo alguno satisfacían
la demanda de independencia de la metrópoli española, la abolición de la
esclavitud y la autonomía económica.
Entre ellos estaban el Mayor General del Ejército
Libertador Antonio Maceo, un mulato “…nacido como la mayoría de los mambises de
fila en cuna de palmiche…”(*), convertido en leyenda, con la fuerza en el brazo
y la inteligencia.
El prestigioso general mambí
protagonizó la Protesta de Baraguá (**), el 15 de marzo de 1878, que ha
trascendido en la historia como un glorioso hito de la dignidad cubana, y en el supremo intento por la victoria. Si bien
las fuerzas antillanas estaban desgastadas, tampoco el colonialista poseía una
situación financiera favorable para mantener las hostilidades.
Maceo y sus seguidores no
depusieron las armas. La intransigencia patriótica mostrada aquel 15 de marzo
de 1878 fue inspiración de las
generaciones de cubanos que continuaron la gloriosa marcha por el camino de la
independencia de la Patria.
*(Retorno a
la alborada, Raúl Roa)
** Mangos de
Baraguá, paraje campestre en la región oriental de la Isla.
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