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miércoles, 20 de abril de 2016

¿Por qué no quiero otro partido?

Por José Gilberto Valdés 
Desde mi butaca, en la centro oriental ciudad de Camagüey,  aprecié por la televisión los continuos reportes desde el Palacio de las Convenciones, en la Habana, acerca de las intensas sesiones del Séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba, en estos días victoriosos de abril que se reiteran en la historia patria.
Replicada igualmente fue la pregunta individual  –a veces compartida con otras personas allegadas– ¿Por qué no quiero otro partido?


Esta es la reflexión de aquel adolescente que de buenas a primera se vio envuelto en la vorágine de rebeldes barbudos que bajaron de la Sierra Maestra con una estela de nuevas propuestas para la vida social del pueblo cubano. Una tarea que no ha sido nada fácil, pero hizo el camino propio al socialismo y actualmente perfecciona su andar.
Puedo contar los nuevos capítulos de la Historia de Cuba desde el seno de una familia numerosa, hacendosa, de origen obrero, que desde los primeros momentos recibió los beneficios de la Revolución, cuando mis hermanas pagaron alquileres más bajos por sus viviendas, a pesar de la ojeriza de los casatenientes por la Reforma Urbana (octubre 1960) quienes al final recibieron sus compensaciones.
Un año después, en tanto se desplegaba la Campaña de Alfabetización, me incorporé al sistema educacional gratuito desde la escuela primaria hasta graduarme en la Universidad. Atrás quedaban los esfuerzos de mis hermanas para garantizar el costo de academias y escuelas privadas, como enfrentaron ellas para estudiar en las escuelas de Comercio y la Normal de Maestros, radicadas en la capital de la provincia de Camagüey.
En todo el tiempo trascurrido desde aquella primera vacunación contra la poliomielitis, hemos recibido tanto personal, como mi esposa hijos, y nietos los beneficios de una salud gratuita, para atender achaques asmáticos, presión alta, hasta diabetes, tanto en el cercano consultorio del médico de la familia como otros centros asistenciales y  hospitales que se multiplicaron en “la suave comarca de pastores y sombreros”, descrita por el poeta coterráneo Nicolás Guillén.
Aun en  tiempos de estrecheces, por acciones exteriores, detrás de un descorchado en la pared, existieron hombres y mujeres con amplio sentido de consagración y conocimiento actualizado, además de equipamiento de primera línea –entran a la Isla por las grietas del muro que acorrala nuestra economía— Ellos no distinguen bolsillos, color de la piel, credo religioso o político, para prestar una atención médica del primer mundo TOTALMENTE GRATIS.
Cuatro generaciones de cubanos y muchos amigos en el mundo sienten satisfacción por compartir los principios  revolucionarios de nuestro Partido, el martiano hasta la médula, antiimperialista,  líder optimista en batallas de fuego y de ideas contra las desigualdades en la humanidad, el riguroso opositor a los errores y las cosas que están mal hechas.
¿Para qué entonces voy a querer otro Partido?
Pienso en aquellos que llaman con cantos de sirena al arrepentimiento, a la solución individualista, cómoda,  de fortuna y conciencia. Para la respuesta bien vale un párrafo de la canción “El Necio”, del cantautor cubano Silvio Rodríguez:



Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un hijonuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
mas yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).

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