El arresto y juicio de Los Cinco quedará para la historia
como uno de los más ignominiosos y viles episodios de las relaciones entre Los
Estados Unidos y Cuba. Meses antes, tras la intermediación del premio Nobel de
Literatura Gabriel García Márquez, se habían abierto las puertas a una
significativa cooperación entre ambos países en la lucha contra el terrorismo.
En junio de ese año, una delegación del FBI visitó a Cuba y tras recibir
copiosa información sobre las actividades terroristas organizadas impunemente
contra la isla desde Miami, prometió a su contraparte cubana que tomaría
acciones al respecto.
Dando un golpe bajo el gobierno de William Clinton, en lugar
de arrestar a los terroristas, arrestó y llevó a sus tribunales a quienes
estábamos recogiendo información para evitar el daño que estos hacían a la
población cubana. El sistema judicial norteamericano fue utilizado abiertamente
como un medio para proteger a los terroristas y en una atmósfera de
linchamiento fuimos llevados frente a un jurado amedrentado. Crueles
condiciones de confinamiento se utilizaron para quebrarnos, y para impedir que
preparáramos una defensa adecuada. La mentira se adueñó de la sala.
Evidencias fueron adulteradas, dañadas o suprimidas. Las
órdenes de la jueza fueron abiertamente burladas. Los terroristas citados como
testigos por la defensa fueron amenazados en público con la cárcel si no se
acogían a la Quinta Enmienda contra la autoincriminación. Expertos y oficiales
del gobierno norteamericano justificaron o desdeñaron abiertamente el daño que
los terroristas hacen a Cuba. Todo esto frente a una prensa que optó por
mantener en la más absoluta ignorancia al pueblo norteamericano, mientras la
sede del juicio era bombardeada inmisericordemente con un barraje de propaganda
en contra de los acusados.
El 8 de junio de 2001 un jurado que llegara al punto de
quejarse de su miedo al acoso de la prensa local ─que, luego se revelaría,
había sido pagada profusamente por el gobierno norteamericano─ nos declaró
culpables de todos los cargos, incluyendo uno respecto al que los fiscales, en
moción de emergencia al tribunal de apelaciones de Atlanta, habían reconocido
que a la luz de las pruebas aportadas no sería posible lograr un veredicto de
culpabilidad.
La deplorable conducta de los fiscales, jueces y del
gobierno norteamericano en este caso no son un accidente. Es imposible
comportarse éticamente cuando por un fin en que se mezclan el odio político con
la arrogancia personal y la venganza se levantan cargos cuya defensa solo puede
hacerse con la burla a las leyes, la prevaricación y el abuso del poder. El
círculo vicioso que se iniciara con la decisión política de abrumarnos de
acusaciones ─las más serias totalmente fabricadas─ para obligarnos a transigir,
no podría sino redundar en una conducta cada vez más despreciable por parte de
los fiscales.
Pero no transigimos, porque un despliegue de fuerza bruta no
implica la posesión de la moral por parte de quien la ejerce. No transigimos,
porque el precio de mentir para satisfacer las expectativas de los fiscales nos
pareció demasiado degradante. No transigimos, porque el implicar a Cuba ─la
nación a la que estábamos protegiendo─ en acusaciones falsas para engrosar un
expediente del gobierno norteamericano contra la isla hubiera sido un imperdonable
acto de traición al pueblo que amamos. No transigimos, porque aún los valores
humanos, para nosotros, son algo preciado sobre lo que descansa la
transformación del hombre en una criatura mejor. No transigimos, porque
implicaba renunciar a nuestra dignidad, fuente de autoestima y amor propio para
cualquier ser humano.
En lugar de transigir optamos por ir al juicio. Un juicio
que de haber sido reportado hubiera puesto en cuestión no solo este caso, sino
al sistema federal de justicia de Los Estados Unidos. Si el conocimiento de lo
que ocurrió en esa sala de justicia no hubiera sido escamoteado al pueblo
norteamericano al que nunca causamos, o intentamos causar, el más mínimo daño,
hubiera sido imposible montar el circo romano en que se tomó esa parodia de
juicio.
Han transcurrido ya quince años en los que el gobierno
norteamericano y el sistema de justicia de ese país han hecho oídos sordos al
reclamo de los organismos de las Naciones Unidas, Amnistía Internacional,
varios premios Nobel, parlamentarios o parlamentos en pleno, personalidades e
instituciones jurídicas y religiosas. Solo el levantamiento de ese otro
bloqueo, el que se ha impuesto al pueblo de Los Estados Unidos para que lo
desconozca, haría posible la esperanza de que se ponga fin a esa injusticia.
Hoy la isla de Cuba amanecerá colmada de cintas amarillas.
Será el pueblo cubano el protagonista de este mensaje, que apela a un símbolo
que se ha hecho tradición para el pueblo de Los Estados Unidos. Será un enorme
reto para quienes se han empeñado con tanto éxito en silenciar este caso, en
negarse ahora a informar al mundo de este hecho probablemente inédito: que un
pueblo entero ha engalanado su país para pedir a otro que exija de su gobierno
la liberación de sus hijos injustamente encarcelados.
Entretanto, Los Cinco seguiremos siendo merecedores de este
masivo despliegue de cariño; seguiremos siendo dignos hijos del pueblo
solidario y generoso que lo protagoniza, y del apoyo de quienes alrededor del
mundo se han unido a nuestra causa; seguiremos denunciando esta injusticia que
dura ya 15 años y nunca cederemos, ni un ápice, en la ventaja moral que nos ha
permitido resistir y aun crecernos mientras soportamos todo el peso de un odio
vengativo por parte del gobierno más poderoso del planeta.
Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René
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