Recurrente para los hombres y mujeres de la provincia de
Camagüey es la sentencia “con la vergüenza”, cada vez que enfrentan un contratiempo
en el quehacer cotidiano.
La frase tiene origen histórico, en momentos decisivos al
inicio de la guerra independentista (1868 – 1878), cuando Ignacio
Agramonte Loynaz discute con un oficial inseguro por el futuro de la contienda:
¿No está viendo usted lo contrario todos los días? ¿Con qué recursos
cuenta usted, General, para continuar la guerra?
Agramonte no demora su respuesta. Dice, rápido:
—Con la vergüenza.
Esta es una de las principales razones por las cuales los
residentes en esta región centro oriental cubana se sienten orgullosos del
gentilicio “agramontinos”.
Hoy, 11 de mayo, todos rememoramos al insigne patriota en el
143 aniversario de su caída en combate en el potrero de Jimaguayú, a una
treintena de kilómetros al suroeste de la ciudad de Camagüey. Desde la madrugada de esa fecha de 1873 llegaron noticias de la
presencia del enemigo español, en una zona conocida por Agramonte y arenga a su
tropa para la batalla. Solo tenía 31
años cuando una bala mortal impactó su sien derecha.
Ignacio Agramonte no abandonó en ningún momento el único
camino decoroso en la lucha por la independencia de Cuba, en la que asciende
además como disciplinado jefe militar, organiza una caballería de centauros
armados de rifles cortos, machetes, que se convirtió en orgullo entre los
revolucionarios y temor para el enemigo.
En las lecturas previas a este trabajo periodístico,
encontré el fragmento de una carta que Manuel de Quesada le escribiera el 20 de
enero de 1870, que trasciende a nuestros tiempos:
“La etapa que comienza a recorrer la Revolución, será difícil; sea U.
constante y firme como hasta aquí (…) propenda a la unión de todos los cubanos,
único medio de vencer a un enemigo que ha sabido unirse para combatirnos. En
fin, amigo mío, siga U. siendo el modelo de los jóvenes y la admiración de los
viejos, y no dude que llegará a adquirir un nombre preclaro (…)”
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