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viernes, 6 de febrero de 2015

MINAS Y FANGO HASTA EL DIA DE LOS ENAMORADOS



Por José Gilberto Valdés

Hoy prosigo con las crónicas sobre coincidencias de acciones combativas internacionalistas en Angola durante el año 1976, y fechas trascendentales para los cubanos.

En la localidad de Catofe, en la meseta central de Angola,  se reorganizaban a finales de enero las fuerzas desembarcadas en Luanda del regimiento de infantería motorizada, integrado por voluntarios  militares y reservistas. Un grupo de avanzada había acondicionado el 28 un puesto de mando en la edificación con cuartos y cafetería a la orilla de la carretera.

Cuando recibo al jefe de información, me señala con ironía:

--Compadre… dicen que “eto é” una posada…

Por estas tierras, mayor, el significado de la palabra es distinto al que le damos en Cuba --Respondo, sutilmente, al mulato oriental. Agrego, esperando otro puyazo--La compañía de exploración hay que alojarla enfrente, en la capilla.

No hay  - ni quedan en pie- muchos locales en este pequeño pueblo. Junto a otro compañero lo habíamos recorrido, con extrema atención a posibles minas. En resumen, tenemos el croquis del lugar, un manual de jefe de compañía sudafricana con mucha información útil,  y la caja de latas de carne rusa que pescamos con un improvisado gancho y cable telefónico, para evitar los explosivos “cazabobos”. De todas estas cosas, mis compañeros dan bienvenida a la latería ante la ausencia de logística.


Recuerdo  ese día el almuerzo compartido con un viejo miliciano angolano de ropa color indefinido que monta guardia, sentado sobre los escombros de una casa y su fusil de cañón largo de procedencia desconocida,  pero rebautizado por alguien como una “espingarda” y se le quedó el nombre para los armamentos similares.

En la tarde, recibo a un extraño enviado: Aníbal, oficial de la UNITA, blanco hijo de portugueses, capturado en una emboscada cubana y quiere colaborar. Curiosa leyenda de un hombre cercano a la corte de Sabimbi, pues se aprecia alto nivel intelectual, había servido en el ejército colonial y decía ser profesor de sicología. No todo se podía comprobar de inmediato, así que entre la jerigonza de “portuñol” y frases en  inglés –para comprobar nivel cultural- nos damos  a la tarea de dibujar un croquis de las casas de seguridad de su “chefe” en Silva Porto, objetivo inmediato del RIM Frente Sur. Finalmente, se queda a la custodia de los exploradores. El será el guía en la zona pues reside en esa ciudad del sudeste, hoy nombrada Kuito.

El dos de febrero parte otra columna motorizada hacia el lugar conocido como Calucinga. La marcha se detiene, bruscamente, pues  el cuarto o quinto camión tropieza con una mina y vuela por el aire. Hay dos muertos y una veintena de heridos que son evacuados en un helicóptero. Ordenan no bajar de los vehículos ya que el área está densamente minada.

A duras penas encuentro mi mochila. La frazada me protege de la noche fría  en medio de una especie de sabana, junto al hermano de un colega del periódico ADELANTE, que montó a última hora en el barco. No tiene ni chapilla de identificación, poco a poco debe completar su equipo. Recuerdo a los marineros y estibadores que se quedaron “por la libre” en el puerto de Luanda, aun cuando el contramaestre de la motonave XX Aniversario carajeaba en la escalerilla “Caballeros que hay  que regresar a buscar más gente”.

Al fin, me reúno con los exploradores. La casa muestra huellas de la rapidez de los acontecimientos, pues en la cocina hay una olla de frijoles quemados y la mesa estaba puesta. Seguimos avanzando por saltos: Un par de días  y reiniciamos la marcha,  mientras se multiplican los destacamentos que se dirigen hacia todos los puntos cardinales para hostigar a grupos de la UNITA. El saldo son decenas de prisioneros y centenares de armas de todo calibre y nacionalidades. Provoca espanto el rosario de horrores que sufren los civiles no simpatizantes de Jonás Savimbi. Hay música ambiente de la artillería y los tanques antes de entrar a los pueblos.

La lluvia es un enemigo más y los terraplenes se convierten en pantanos. Durante varios días, luego de cumplir una misión en la retaguardia,  un grupo de oficiales, soldados cubanos y agregados angolanos, empapados y enfangados, tratamos de reincorporarnos  a la columna. Nos las arreglamos con alimentos enlatados y algunas frutas. Solo hay agua para beber. No tenemos el tiempo necesario para cocinar un cerdo que encontramos amarrado en el camino.

En una camioneta Nissan Diesel, el destacamento de exploración atraviesa un potrero balizado en las zonas altas por los soldados. No queda vestigio de camino y observamos como potentes equipos de estera sacan del fango a los cañones de largo alcance. Los proyectiles se trasladan en motos con sidecar.  Tenemos buenos resultados en la intención de subir nuestro carro a la línea ferroviaria que conduce a Silva Porto, las ruedas del lado izquierdo sobre las traviesas y las otras en el pedraplén. Brincos y brincos. En la parte trasera todo golpea: la gente, grandes cajas de los equipos de radio, cascos, mochilas, más cajas y una pila de tarecos que merecían ser tirados por las barandas…

En horas de la tarde, luego de doce días de marcha, irrumpimos en la ciudad de edificios modernos pero desierta, fantasmal, con el alumbrado público encendido. En una avenida nos topamos con la columna de los  FAPLA. Conocemos que somos los primeros cubanos aquí. Al parecer tomamos un atajo. Definitivamente, nos reunimos con nuestra columna.  Cuando nos alojamos en la vivienda asignada, alguien recuerda que es el 14 de febrero, Día de los Enamorados y se suelta el “gorrión”, todos los pensamientos son para aquellas que dejamos en el verde caimán. Festejamos muchos motivos, pasada la media noche, a base de cerdo asado.




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