Por Ernesto
Pantaleón Medina
Recientemente,
en una ronda (perdón, quise decir un encuentro) entre colegas muy dados a
contar historias, algunas muy ciertas, y otras… bueno ya se sabe como suelen
ser los pescadores, cazadores, carpinteros, y algunos periodistas cuando se
reúnen a tomar un cafecito en la tarde-noche…
Y surgió el
tema de un músico ya muy entrado en años, adorado por sus alumnos y discípulos,
con una enorme estela de seguidores en el mundo entero y también, bueno es
decirlo, con un genio de mil demonios cuando alguien dudaba de la autenticidad
de las historias que gustaba contar en ciertas ocasiones.
Y como suele
suceder con esos narradores de tertulias, nuestro personaje aderezaba cada
situación con múltiples detalles, la mayoría de ellos de su propia cosecha e
incorporados en la medida en que evaluaba (que para eso era un eminente
profesor de música) su impacto en los oyentes.
Así, contaba
un colega que le escuchó mientras
narraba una de sus interesantes giras por el exterior, y quedó impactado con
algunos pormenores que paso a contar de inmediato, que para eso es que se ha
hecho la síntesis y no para dilatar los textos.
Resulta que
por esos azares de la vida, nuestro protagonista coincidió en uno de los aeropuertos de una importante ciudad nada
menos que con el por entonces presidente de aquel país, quien llegó como es
natural, acompañado del despliegue de funcionarios, ayudantes y personal de
seguridad usual en esos casos.
Y para
terrible contratiempo –contaba el profe—no había pasaje disponible para el
mandatario, quien luego de protestar airado, quedó como niño a quien arrebatan
un caramelo, ante la imposibilidad de viajar para sus múltiples y más que
importantes asuntos.
Entonces
–bueno es repetir que solo transcribo lo que me contaron, que a su vez no fueron hechos presenciados
por el narrador—ni corto ni perezoso, nuestro amigo se adelantó hacia el grupo
y con suprema modestia y sencillez, pero muy decididamente, propuso al
presidente ocupara el puesto que había reservado para sí desde semanas antes la
firma que había coordinado y patrocinado su gira artística y docente.
Luego de la
natural sorpresa y de muchas miradas suspicaces o no (que todas resbalaron
sobre la inconmovible bondad y firmeza de nuestro héroe) el mandatario y sus
acompañantes aceptaron la oferta, con el
lógico pesar de haber privado a un viajero tan servicial y altruista de su asiento en el
avión.
Marchó el
músico, lleno de la satisfacción que otorga realizar una buena acción, y un par
de horas más tarde, cuando intentaba conciliar el sueño tras algunos sorbos de
una infusión muy relajante, sintió unos discretos golpes a la puerta.
Abrió y cual
no sería su sorpresa cuando ante sí tenía al principal ayudante del beneficiado
con el pasaje cedido, quien le expresaba
junto con la reiteración del agradecimiento más cálido, la invitación a que lo
acompañara de nuevo al aeropuerto, donde ya estaba dispuesto el yet
presidencial para trasladarlo hacia su destino.
Dicho y
hecho retornó a la patria nuestro músico, quien (nos contó el amigo común)
concluyó la historia con un carraspeo altisonante y una mirada circular y
retadora, como para sorprender alguna sonrisita velada, un casi oculto guiño de
ojos o un discreto ademán de la mano.
--¨ ¿Qué les
parece…? Como una historia de película ¿verdad? – dicen que concluyó el
eminente profesor con su potente voz de barítono…
Lo demás, lo
dejo a su buen criterio, estimado lector, y quede claro que si por casualidad o
no se pronuncia ahora la palabra
¨mentirijillas¨ será usted quien la diga, no quien esto le ha contado.
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