Porque toda Cuba ansía saberle y porque también deseo enormemente poder contarlo, esta es la historia de cuando un joven universitario del 2015 conversó con el líder histórico de la Revolución Cubana
Por Randy Perdomo García, presidente de la FEU de la
Universidad de La Habana.
Todo comenzó con su llamada a la Oficina de la FEU de la
Universidad de La Habana el día 22 de enero, a las 9 y 20 de la noche. Aunque
la precedió un anuncio del momento que me esperaba, la voz, tantas veces
escuchada de lejos, fue impactante al sentirla cercana.
—Randy, ¿cómo estás?
—Comandante, bien. No puedo creer que voy a conversar con
usted.
Él se ríe y agradece “el mensaje que me hiciste llegar. Lo
he leído varias veces”.
Se refiere a nuestro proyecto de celebrar los 70 años de su
ingreso a la Universidad con una jornada de amor y compromiso. Se le nota
entusiasmado cuando anuncia sorpresa y me invita a una conversación personal al
día siguiente.
Pero esa misma noche hablaremos más: alrededor de 50
minutos. Suena tan inmediato, como si los dos estuviésemos sentados en el Salón
de los Mártires que recordó varias veces como sitio de reuniones de su época en
la FEU.
—¡Ya son 70 años de mi ingreso a la Universidad, que se
cumplen el 4 de septiembre!, me dice.
Conversamos con alegría, como dos compañeros de clase: él,
con su sencillez impresionante, tratando de que me sintiera en igualdad de
condiciones. Yo, por mi parte, sin poder explicarme totalmente la suerte
extraordinaria que me hacía vivir ese instante único. También inquieto y
preocupado al pensar en responder al “bombardeo” de interrogantes al que
siempre tiene acostumbrados a sus interlocutores este conversador audaz.
Quiso saber de las facultades de la Universidad y de la Casa
Estudiantil, qué había sido antes de convertirse en Casa de la FEU, a quién
perteneció, en qué año ocurrió el cambio. Yo trataba de responderlo todo,
consciente de que nunca estamos completamente preparados como para tener todas
las respuestas que exige un diálogo de esta índole. No era una prueba y a la
vez lo era. Necesitaba transmitir mucho en nombre de la juventud universitaria,
y esa presión estaba ahí, aunque el espíritu de la conversación casi me hacía
olvidarlo todo.
Se interesa por la ubicación actual de todas las carreras en
la Universidad y al hablar sobre la Facultad de Física, antigua de
Arquitectura, habla emocionado de José Antonio Echeverría. Le explico que
Física se encuentra ahora en el Edificio Varona, y me interrumpe:
—¡El edificio de Pedagogía!, dice y ahí mismo comienza a
indagar sobre las aulas.
Justo cuando ya me ponía nuevamente a sudar, por el temor a
no tener todas las respuestas, lanza la interrogante que menos me esperaba:
—Ven acá Randy, ¿qué cantidad de sillas tiene un aula en esta Facultad de
Física?. Y yo sin palabras, por supuesto. Impresionado por esa curiosidad
infinita y su necesidad y ansias por saber al dedillo cómo funciona el mundo.
Le explico que comparten el edificio estudiantes de
distintas nacionalidades que aprenden español en Cuba: chinos, norteamericanos,
vietnamitas. Entonces apunta: “¡No me digas!, ¿también chinos?”. Y me recuerda
con detalles los programas de ese convenio con la República Popular China.
“¿Y cómo se organiza el Consejo Universitario del Edificio
Varona al tener la carrera de Física y los estudios para aprender español?”,
insiste. Le comento que es provisional, hasta la terminación del edificio de
Física. Entonces el Varona será centro de convenciones de la Colina
universitaria.
Por fin logro comentarle de las actividades de la jornada
que preparamos los universitarios para conmemorar el aniversario 70 de su
ingreso a la casa de altos estudios. Le adelanto también nuestra idea de
ascender el Turquino.
—Especial, Randy, prepárense. Te contaré anécdotas, cuando
nos veamos, de la experiencia nuestra en la Sierra.
No quiero guardarme ningún detalle y le comento también que
visitaremos su casa natal. Responde con un silencio largo, que rompe para
indagar cómo van mis estudios de Filosofía, en qué año estoy de la carrera, qué
piensa mi familia de lo que hago.
Después quiere conocer cómo se organiza la FEU en la
Universidad. Le describo el apoyo del Rector y de la Universidad en el
mejoramiento de las condiciones de vida y de la infraestructura, de las
residencias estudiantiles, de las facultades y del perfeccionamiento del
Estadio Universitario, conocido por los de la UH como el SEDER.
Con una precisión que asombra, detalla cada lugar en ese
estadio universitario, cuando le digo de todos los preparativos para los Juegos
Caribe. Se nota que conoce la Colina como la palma de su mano. Podría decirse
que sabe ubicar cada adoquín de la casa de altos estudios.
También se interesa por el Aula Magna, por la organización
de la actividad por el 162 natalicio de José Martí, el concierto del maestro
Frank Fernández y el lanzamiento de la convocatoria por los 70 de su ingreso a
la Universidad.
En la despedida “¡un abrazo! y mañana nos vemos”. Y me quedo
casi hipnotizado. Aún no ha acabado mi sueño de hacerse realidad.
Fidel no está al teléfono
Viernes 23 de enero. Casi es hora de empezar el encuentro
mensual del Consejo de la FEU de la Universidad de La Habana, en el Salón de
los Mártires de la Colina universitaria. Me excuso por no poder estar presente.
Aseguro que en próximos días la Universidad de La Habana será escenario de una
noticia de alegría para todo nuestro pueblo y de trascendencia mundial.
Me despido de Henry, el secretario de la UJC en la
Universidad, que años antes tuvo también el honor de conversar con el
Comandante.
Son muy puntuales en la recogida quienes me pondrán frente a
Fidel. Choferes muy amables que saben reconocer mis nervios y los calman,
evidentemente solidarizados con mi tensión ante la perspectiva de mi primer
encuentro personal con Fidel. Conversan sobre nuestras respectivas provincias:
ellos son de Santiago de Cuba y yo de Matanzas.
Al poco rato, se detiene el carro y me sueltan las palabras
que he esperado con desespero y contención. “Ya estás en la casa del
Comandante”. Y salgo dispuesto a vivir el que seguramente se convertirá en uno
de mis instantes más trascendentales. Y resulta que no será un instante. Porque
hablaré con Fidel durante más de tres horas.
En la puerta del jardín espera Dalia, su esposa. Le entrego
una flor que recibe con agradecimiento especial y me acompaña hasta una puerta
de cristales, unos pocos metros más adelante. Detrás, espera el Comandante.
—¡Randy —saluda jovial— a ver qué tanto te pareces a
Echeverría…!
Comienza la conversación de esta tarde con Fidel. Y ya no
está al teléfono, sino a unos pocos metros, como si fuera mi habitual compañero
de charlas. Combato con mi emoción para poder guardar cada hecho con precisión.
Me enseña la compilación de sus Reflexiones, y hace
referencia a algunas de ellas, leyendo ideas o páginas enteras. Me cuenta que
es una colección de la que se editaron 500 ejemplares, que se acompaña de un
catálogo con dibujos de Rancaño.
Transcurre el tiempo mientras repasamos muchos temas. Trato
de llevarme todos los detalles de su grandeza, no le quito los ojos de encima.
Él, como convocándome siempre al conocimiento, lleva las riendas de la
conversación. No dejo de pensar en cómo las circunstancias de la Sierra —de la
guerra— y los actuales desafíos pueden moldear tan especialmente a un hombre.
Me comenta de la astronomía, de los observatorios en el
mundo. Insiste en la necesidad del desarrollo de las ciencias como la única
forma de que la inteligencia predomine, de la relación de esas materias con la
economía y la calidad de la formación de estos profesionales en las
universidades.
También habla muy entusiasmado de la donación al Zoológico
Nacional de Cuba, de las especies animales de Namibia, y su interés en la
novedosa práctica del traslado.
Persiste en su llamado de atención a la producción de
alimentos para los seres humanos y animales, y muestra fotografías del sembrado
de las plantas con las que experimenta. Me revela varias semillas, hablando del
costo y su importancia; de la situación del combustible.
Sobre la mesa de trabajo, decenas de cables de prensa recopilados
en una carpeta. Veo de cerca y compruebo su legendario interés por estar
informado de todo, lo mismo del acontecer nacional que internacional.
Se detiene en particular en la lectura de cables recientes
con una infografía de la cadena Rusia Today sobre qué nación contribuyó más a
la derrota de Alemania en 1945. Durante años, la mayoría de los europeos
reconocían a la URSS. Más recientemente los datos se han invertido y se le da
la prominencia a Estados Unidos.
Pero también hablamos de él, de sus ejercicios físicos
diarios, de la alimentación correcta. Sigo sin creerme que estoy al lado del
hombre que más ha hecho por el logro de relaciones de justicia entre los
hombres, y descubría la maravilla de atisbar, desde la rememoración del pasado,
qué es el futuro.
Aún tiene bien grabado que soy de Matanzas. No iba a dejarlo
pasar tan fácil. Entonces me pide que le cuente cómo funciona la práctica de
deportes en mi ciudad. Sin darme demasiado tiempo a pensar me inquiere sobre
las perspectivas del equipo de pelota de Matanzas con la conducción de Víctor
Mesa, y de la alegría y emotividad que le impregna a la Serie Nacional. Luego
se refiere a otros equipos presentes en esta Serie, y al desafío de ser
matancero y estar en la capital, tan defensora de su equipo Industriales.
Reímos los dos. Y yo admiro ese amor por el deporte que siempre ha dejado ver.
Después habla de las revoluciones que vienen contra la
filosofía dominante, y me comenta que no se puede dejar de creer en ellas, pues
cada revolución termina por renacer. En un momento especial, se refiere a
Venezuela y habla con gran emoción de Chávez y de Maduro.
También comenta sobre Nicaragua y el empeño de Daniel Ortega
y su esposa en el desarrollo de esa pequeña nación.
Volviendo al tema de nuestra Universidad, le muestro un
catálogo y recorremos en su mapa todos los sitios que recordaba: la cafetería
de la Facultad de Derecho —me cuenta algunos detalles de su construcción y
ubicación—, otros sitios significativos para él, y me pide que le cuente de las
Facultades de la Colina y las que actualmente están fuera de ella. Recuerda los
tiempos desafiantes de su formación y sus históricos encuentros con los
estudiantes universitarios luego del triunfo revolucionario.
Al mostrarle una serie de diseños dedicados a él, me
pregunta quién los hace. Le respondo que un estudiante que también se llama
Randy, de apellido Pereira y que estudia en cuarto año de Comunicación.
Entonces se interesa por saber dónde imprimimos los carteles y los pulóveres,
pues yo llevaba uno con el símbolo de los Juegos Caribe.
No me voy sin dejarle de recuerdo una foto de Henry, actual
secretario de la UJC de la Universidad, e Indira, quien trabaja en la Dirección
de Extensión Universitaria, los dos jóvenes que le entregaron en el 2010 la
fotografía suya que dice: “Aquí me hice revolucionario…”. Leo la convocatoria a
la Jornada por los 70 años de su ingreso a la Universidad, y le comento sobre
los invitados que habrá y el modo en el que hemos concebido la actividad.
También repasamos con interés un ejemplar del periódico
Resumen Latinoamericano, dedicado a los Cinco. Emocionado, recorre los rostros
de René, Fernando, Tony, Gerardo y Ramón, y se detiene en las características
más significativas de cada uno de los Héroes.
Ya casi parece que me iré. Pero retoma la conversación sobre
las nuevas formas de contrarrestar algunas enfermedades, entre ellas, la
diabetes, con la producción de algunos alimentos naturales; de la relación de
Cuba con África, desde la contribución a la independencia con sus países, el
fin del apartheid y de la actual contribución de médicos cubanos a la lucha
contra el Ébola. Y agradezco por dentro que este momento aún no se me acabe.
Finalmente me muestra algunas páginas de temas que estudia
en este momento. Entre ellos, uno sobre el Banco Central de Cuba con costos de
los alimentos, metales básicos y preciosos, del azúcar, energía, tasa de
interés.
No me deja ir sin que le ponga en el televisor un disco que
le llevé como regalo, con las imágenes del recibimiento de los estudiantes de
la Universidad a los del Crucero Semestre en el Mar, que visitaron el país en
el mes de diciembre.
Se interesa por cómo nos fue con nuestros colegas
norteamericanos, indaga en el programa de actividades. Al visualizar las
imágenes… no sé por qué veo un Fidel diferente, mucho más cercano de lo que
pensaba. La imagen de unos estudiantes norteamericanos sin pulóveres que tenían
escrito CUBA en el pecho, lo traen a su momento más alegre y entusiasta.
Llega el instante de irme. Nos despedimos al estilo
tradicional primero. Pero luego quiere conocer un modo más actual. Le enseño
entonces aquel que ensayamos muchas veces con nuestros socios, más juvenil y
diferente. Es tanta su insistencia que termina aprendiéndolo. Y lo practica
varias veces antes de que finalmente nos digamos hasta luego.
Camino nuevamente por mis calles y pienso en lo que he
vivido. Me llevo con intensidad el Fidel lleno de vida que conversó conmigo
animada e inteligentemente. Con la sencillez que imaginaba, pero con esa
capacidad infinita de sorprender.
Pienso en un escritor y encuentro una frase para que resuma
lo que siento. Si la verdadera grandeza del hombre solo la puede alcanzar en el
Reino de este mundo, no puedo menos que verla en él, que ha trascendido el
escalón más alto de la especie humana para transformarse en leyenda.
Varios días después, aún la emoción me humedece los ojos.
Sigo viéndolo frente a mí, tan vivo, con tanta energía y claridad, burlándose
con esa vitalidad de quienes han pretendido hacer creer que ya no está. Aún
puedo pensarlo, mesándose la barba, analizando quién sabe cuántas cosas.
No ha dejado de ser estudiante universitario. En un ambiente
familiar y cordial, con su mirada más allá de las apariencias, me acercó a su
infinito caudal de inteligencia. Y yo casi me asusto de ver lo mucho que me
queda por estudiar y aprender. Le agradezco entonces el revelarme esa verdad y
proveerme de una guía para entender cómo conducirme por lo inexplorado con
curiosidad y tino.
Haber ocupado parte de su tiempo es el honor más grande que
he recibido. Por nuestra FEU y nuestra Universidad de La Habana viví esta
excepcional oportunidad. Fueron varias noches sin dormir de la alegría, de los
impacientes deseos de volver a conversar con él…
Implícito en todo, más allá de lo que pueda decir, va la enseñanza
de la humildad, de la confianza en nosotros, en el futuro de la Patria. La
certeza de que este encuentro es la continuidad de más deberes, de más
compromisos.
Fidel sigue en una marcha constante al compás de nuestro
tiempo, como símbolo imperecedero, como eterno joven universitario. No puedo
plasmar todo en palabras, pues aún llego a creer que es un sueño. La esencia de
los milagros es inapresable por más que lo intentemos. Fidel es un fuera de
serie.
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