Cinco meses antes de enrolarse en la
expedición de 82 revolucionarios que viajaron en el yate Granma desde Tuxpan, México, hasta arribar el 2 de
diciembre de 1956 a Las Coloradas, en la costa oriental de Cuba, Ernesto Che
Guevara dedica este poema a Fidel, a quien describe como «ardiente profeta de
la aurora»:
Vámonos
ardiente profeta de la aurora,
por recónditos senderos inalámbricos
a liberar el verde caimán que tanto
amas.
Vámonos,
derrotando afrentas con la frente
plena de martianas estrellas
insurrectas,
juremos lograr el triunfo o
encontrar la muerte.
Cuando suene el primer disparo y se
despierte
en virginal asombro la manigua
entera,
allí, a tu lado, serenos
combatientes,
nos tendrás.
Cuando tu voz derrame hacia los
cuatro vientos
reforma agraria, justicia, pan,
libertad,
allí, a tu lado, con idénticos
acentos,
nos tendrás.
Y cuando llegue el final de la
jornada
la sanitaria operación contra el
tirano,
allí, a tu lado, aguardando la
postrer batalla,
nos tendrás.
El día que la fiera se lama el
flanco herido
donde el dardo nacionalizador le dé,
allí, a tu lado, con el corazón
altivo,
nos tendrás.
No pienses que puedan menguar
nuestra entereza
las decoradas pulgas armadas de
regalos;
pedimos un fusil, sus balas y una
peña.
Nada más.
Y si en nuestro camino se interpone
el hierro,
pedimos un sudario de cubanas
lágrimas
para que se cubran los guerrilleros
huesos
en el tránsito a la historia
americana.
Nada más.
Che Guevara
México, 1956.
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