Por José Gilberto Valdés
“Era como si por donde los hombres
tienen corazón tuviera él estrella” Esta
es una de las mútiples maneras con las cuales el Héroe Nacional José Martí evoca la imagen de Ignacio Agramonte Loynaz,
uno de los principales jefes mambises de la Guerra de los Diez Años (1868 -
1878) para la independencia de la Cuba gobernaba por España con brazo de hierro ensangrentado.
En modo alguno, el
adolescente Martí, residente en La Habana por esos años, pudo tener vivencias
personales acerca de Agramonte quien alcanzó en los sabanas de Camagüey --en la
región oriental de la Isla-- los grados de Mayor General, sin embargo siguió
paso a paso las huellas del héroe junto a otros mambises (insurrectos) notables
de la gesta independentista.
Por esa razón, pudo la pluma
martiana describir al valiente camagüeyano, criollo de pura ley, de la
siguiente manera: "Por su modestia parecía orgulloso; la frente, en que el cabello
negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la
besase la gloria; oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia
estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba
cuando le ponderaban su mérito; se le humedecían los ojos cuando pensaba en el
heroísmo, o cuando sabía de una desventura; o cuando el amor le besaba la
mano…"
Como 23 de diciembre, los
cubanos tenemos un momento de reflexión en torno a la vida del insigne patriota
nacido en esa fecha del año 1841 en la otrora Villa de Santa María del Puerto
del Príncipe, quien dejó a un lado la desahogada vida de una familia pudiente
para colocarse al lado de los hombres y
mujeres que emprendieron la marcha por el tortuoso camino en la formación de la
nacionalidad cubana.
Agramonte participó
activamente en los preparativos del movimiento insurreccional que tuvo su punto
de partida el 10 de octubre de 1868, cuando el
bayamés Carlos Manuel de Céspedes cambia la marcha de nuestra historia.
Así, con 27 años de edad se incorpora a la
lucha armada. Memorable la enérgica actitud sostenida en noviembre frente a un
grupo de vacilantes: “¡Acaben de una vez
los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene
más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza
de las armas!”.
Durante su presencia en el campo
insurrecto demostró dotes de dirigente politico y jefe militar con una
consecusión de páginas de demostrada valentía e inteligencia en la formación de
la caballería mambisa, cuyas cargas eran el terror de las tropas españolas; su
huella en la primera constitución de la República en Armas (1869); su respeto por
Céspedes, pese a las diferencias; el
eterno amor por su Amalia (Amalia Simoni) en medio del fragor de la lucha; y el
arriesgado rescate de Julio Sanguily , cuando al frente de una treintena de jinetes
atacó a una columna española, casi cuatro veces superior en efectivos.
El 11 de mayo de 1871, el
Mayor General Ignacio Agramonte cae en combate contra fuerzas españolas en el
portero de Jimaguayú. Su cadáver quedó en manos del enemigo y fue trasladado a Puerto
Príncipe, la actual ciudad de Camagüey.
Con el pasar de los años, la
imagen de este preclaro luchador independentista no languidece, educa a las nuevas generaciones de cubanos,
pues, como escribiera Martí, “Su luz era así, como la que dan los astros…”
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