Por José Gilberto Valdés
Bien temprano en la mañana
de este 7 de diciembre, millones de cubanos de todas las edades evocarán la bravura de Antonio Maceo, el general independentista
de los 600 combates contra el colonialismo español, a quien valoraba José Martí
con la frase “… tanta fuerza en la mente
como en el brazo”.
En la remembranza de aquel día
aciago de 1896 en el occidente de la Isla, también está presente la lealtad de aquel
joven capitán Panchito Gómez Toro, quien se reponía de heridas y sale del
campamento en busca del cadáver de su jefe. En el gesto de devoción pierde la
vida en el campo de batalla.
Ellos representan a muchos
cubanos temerarios y leales en la historia patria.
Nuestro pueblo ha agregado a
la conmemoración luctuosa de quienes perdieron la vida en las Guerras de
Independencia, el homenaje a los 2085 combatientes caídos en misiones
internacionalistas en Angola, Etiopía y en otras países hermanos, cuyos cuerpos
regresaron a la Patria, tras la llamada Operación Tributo en el año 1989.
En esa oportunidad, Fidel sentenció
que dos de los más grandes valores creados por el hombre, el patriotismo y el
internacionalismo, se unían para siempre en la historia de Cuba.
Un día como hoy, los muertos
de la epopeya internacionalista levitan en las mentes de quienes recuerdan a un
familiar o a un compañero. Bravura y lealtad son palabras recurrentes en la
evaluación de nuestros compatriotas.
En nada se diferencian ellos
de mi hermano de armas. Aquel joven campechano que una tarde de enero de 1976
me recibió en la “residencia” de lona verde, en terreno pedregoso y
polvoriento, rodeada de malezas, que albergada a los exploradores del
contingente militar que partiría en las próximas horas hacia la guerra en Angola.
En la tensión del momento,
mientras preparábamos la mochila de campaña conocí más a este indudable hijo de
la región oriental de la Isla, definido por su armónico hablar y comportamiento
informal. Viajamos en barcos diferentes, pero el rencuentro con el sargento en
tierras africanas, fue como de viejos amigos, de esos de sonados manotazos en
la espalda, acompañadas de palabrotas.
Pronto me percaté que la relación amistosa con
Julio Figueredo Aguilar no era una singularidad, pues era muy querido por todo el grupo de
combatientes.
La compañía distribuyó sus
fuerzas en diferentes columnas de infantería motorizada y tanques que marchaban
al sur. Siempre buscamos la manera de saber afectuosamente uno del otro, hasta el
día en que un explorador viene a mi encuentro con la cara desencajada y ojos
rojizos: ¡Nos mataron a Figueredo!
Reconstruyo los hechos: Un
tanque que marcha a la vanguardia es incendiado por un cohete del enemigo
emboscado. La tripulación está en peligro de sufrir quemaduras. Figueredo, que
viaja detrás en un vehículo ligero, se lanza temerariamente a la carrera para
abrir la escotilla y sacar a los tanquistas. Desde dentro le dicen que se
retire de lugar, pues están tirando con una ametralladora pesada. Al bajar del
blindado, una bala calibre 50 le penetra por la espalda y le saca el corazón.
Fue difícil aceptar la
muerte del compañero en aquellos tristes momentos, difícil es olvidar su
heroísmo y lealtad, sobre todo cuando cada 7 de diciembre se recuerdan a los caídos
por la defensa de la Patria y en el cumplimiento de misiones internacionalistas.
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