Por José Gilberto Valdés
La víspera del seis de enero de 1976, junto a mi esposa preparábamos
la primera celebración de nuestro hijo
Gilberto en el tradicional Día de Reyes, sin arbolito y maqueta de Belén. En la noche, recibíamos una visita esperada, dado un
secreto que corría de boca en boca, pero que aun así causó sorpresa. El joven
militar expresa, lacónicamente: “El Jefe
(primer comandante César Lara Roselló)* quiere
hablar contigo”.
Minutos después aguardaba sentado en la oficina del
ayudante. Tras el saludo reglamentario, la situación se relaja. La sonrisa en
los labios de otros oficiales presentes me da más confianza. Me explican que el
objetivo de la convocatoria es necesidad de un reservista que hable inglés para
una misión. “Mira -apunta Lara con
singular nobleza- organizamos el Estado
Mayor de una unidad que parte para Angola y quiero conocer tu disposición para
ir con nosotros”. La conversación es breve. Tras la respuesta afirmativa, me
orienta “ve a la casa, despídete de tu
gente, mañana temprano aquí, listo para partir”
Confié la situación a Boudet, el director del periódico. A
la mañana siguiente, un yipi de “ADELANTE” nos recoge. Dejamos a mi señora
y al niño en el círculo infantil. Después Villalobos me deja en el portón de la
unidad militar. Confirmada mi presencia, hay fuertes apretones de manos de
varios oficiales conocidos en las actividades de preparación combativa me
acompañan al costado de otro vehículo.
Dando tumbos por los caminos del polígono de las FAR, el landrover llega al borde de un campamento
de casuchas provisionales con techos de hojas de palmas y lonas. El “diestro”
chofer comenta la semejanza con una aldea africana. ¿Lo sabría por fotos?
Localizamos a los exploradores y me presento. Es una compañía que participó en
la gran maniobra Primer Congreso del PCC. Se quedaron en pleno,
voluntariamente, para cumplir la misión
internacionalista. Al fin intercambio con el nuevo jefe, un mulato oriental, de
apellido Lavadí. Me explica el orden de la partida: el en avión, yo con la
tropa en barco. Allá nos veremos.
Las horas del seis de enero pasan rápido. Firmo el
compromiso de voluntariedad y luego voy al chequeo médico –la presión arterial
no me jugó una mala pasada…gracias al zumo de un limón- y con el habitual
recelo me pongo las vacunas. Por primera vez, tengo uniforme a la medida, no
como el chiste de los reclutas del SMO o son muy grandes o chiquitos. Me
completan el equipo de campaña con la mochila, hamaca, frazadas... Cara de
asombro cuando ponen en mi mano el paquete individual de primeros auxilios. La
supuesta realidad apretada por mis dedos. La foto para el pasaporte es tomada
con el saco de un traje (sólo la parte delantera) y corbata que emplearon
muchos. Concluyó así aquel inusual Día de Reyes. En la noche, un cine móvil
proyecta una película soviética de guerra.
Una voz en la penumbra comenta si “la
cosa será así…”
La mañana siguiente nos bañamos a pleno sol con la manguera
de un tanque de agua, tan fría como la brisa de enero, que habían traído en una
carreta. Alguien alerta a los “encuerados” la presencia de las enfermeras. Nos
ponemos detrás del vehículo. Vestidos de civil aguardamos por una columna de
ómnibus. Vamos para Nuevitas.
La gente ha salido a las calles para saludar a la caravana
de combatientes y gritan consignas, saben porque estamos ahí, a dónde vamos en
los barcos fondeados en el puerto…En fin, todos éramos parte de un secreto militar guardado
celosamente por ocho millones de cubanos, según apunta Gabriel García Márquez**
en un artículo sobre la primera parte de la Operación Carlota.
*Falleció el 12 de febrero del 2014, con los grados de
general de brigada. Cumplió misiones internacionalistas en la República Árabe
de Siria y en dos ocasiones en la República de Angola.
** Revista Tricontinental (1977)
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