A este curioso relato accedí
a través de un Email de www.linkedin.com.
Te lo puedes leer de un tirón, gracias a la hilvanada y ágil escritura empleada
por Ireneu Castillo (Barcelona, 1968), articulista, bloguero, historiador
vocacional y contador de acontecimientos pocos conocidos como el que reproduzco hoy en El Lugareño.
Como el autor señala: no tiene desperdicio.
En una guerra, las
motivaciones para ir al frente a luchar suelen ser de las más variopintas.
Prisionero en Normandía |
Desde los que luchan por sus principios -ya sean por uno u otro bando- , como
medio de ganarse la vida, por obligación al ser reclutados por sus ejércitos...
o por simple mala suerte. En este último contingente entrarían todos aquellos
que, sin comerlo ni beberlo, se ven inmersos en medio de la vorágine bélica y
obligados a luchar quieran o no. Esto mismo fue lo que le sucedió al coreano
Yang Kyoungjong, el cual, tras ser invadido por los japoneses, se vio forzado a
formar parte del ejército nipón. Sin embargo, esto tampoco sería demasiado
noticiable si no fuera porque el hombre acabó pegando tiros contra los
americanos en el desembarco de Normandía. ¿Cómo pudo acabar un coreano
capturado por los japoneses luchando con los nazis en Francia? Acompáñeme y se
lo explico. No tiene desperdicio.
Yang Kyoungjong, nacido en
la población coreana de Shin Euijoo en 1920, tenía tan solo 18 años cuando fue
captado por los japoneses para que formara parte del ejército nipón. Unos
años
antes, en 1910, los japoneses habían invadido la península de Corea y continuaba
su intento de expansión hacia el interior de China, Rusia y Mongolia. En 1938
encontraban en plena zarabanda de palos con el Ejército Rojo por el control de
lo que se conoce como Manchuria, por lo que el hecho de disponer de carne
fresca no nipona que enviar al matadero ya les venía la mar de bien. Empezaban
así las desventuras del pobre coreano.
Yang Kyoungjong |
Después de un poco de tiempo
de estar pegando tiros a favor de las fuerzas del emperador, en una escaramuza
entre la caballería mongola y rusa contra la caballería japonesa en 1939, Yang
fue capturado por el ejército bolchevique, siendo recluido en un campo de
trabajo. Sin embargo, las hostilidades entre las tropas de Hitler y los aliados
habían empezado en serio y el mundo se sumió en un profundo sueño de hostias,
tiros y sangre del cual parecía que no había ninguna intención de despertar.
En 1942 los rusos, ante la
dura ofensiva nazi en su frente occidental que estaba acabando en una auténtica
masacre de hombres, decidieron echar mano de los prisioneros para reforzar el
frente. En esta circunstancia, el régimen de Stalin les hizo escoger a los
prisioneros -entre los cuales se encontraba Yang Kyoungjong- entre luchar en el
Ejército Rojo contra Hitler o bien una sumarísima ejecución. Ante tanta amabilidad
rusa, y el hecho de tener que elegir entre lo malo y lo peor, Yang escogió la
opción que más posibilidades de mantener la vida le dejaba: el frente
occidental en Ucrania. Y allá que le llevaron, de punta a punta de la Unión
Soviética.
Yang estuvo luchando en
aquel frente contra las tropas hitlerianas, participando en la llamada Batalla
de Kharkov, pero al final cayó capturado por el ejército nazi en marzo de 1943.
Sea como sea, los alemanes, al ver que no era soviético sino que había sido un
prisionero de sus supuestos aliados japoneses forzado a luchar para salvar su
vida, le ofrecieron la opción de participar en un batallón especial de
asiáticos que luchaba para la Wehrmacht, el Ostbatalion. Teniendo en cuenta que
Stalin ordenó que cualquier soldado ruso capturado que volviera con vida a la
Unión Soviética fuera fusilado de inmediato, Yang tuvo clara -otra vez- la
opción a escoger... ¡hala! Otra vez a pegar tiros, y cambiando otra vez de
bando. En fin, mejor eso que le metieran un tiro en la cabeza los bolcheviques.
El desarrollo de la guerra y
la expectativa de que los aliados hicieran un desembarco en la costa del
Atlántico, hizo que los nazis enviaran este batallón de ojos rasgados hacia las
playas de Normandía. El día 6 de junio de 1944, Yang Kyoungjong se encontraba
justamente en la playa de Utah, en medio de todo el meollo del desembarco de
Normandía y, como tantas otras veces anteriores, fue capturado, esta vez por
paracaidistas norteamericanos. Realmente lo suyo no era ir con el caballo
ganador.
Los aliados en un primer
momento pensaron que era un japonés luchando con el ejército nazi, por lo que
lo encerraron en un campo de prisioneros en Inglaterra. Sin embargo, cuando se
encontraron otros 3 supuestos japoneses y vieron que no se podían comunicar con
nadie más, se dieron cuenta de su error. Después de un periodo de detención,
Yang decidió emigrar hacia los Estados Unidos, donde se radicó en Illinois y
murió en el año 1992.
Yang Kyoungjong, en seis
años, había luchado para 3 ejércitos diferentes con los cuales no tenía ninguna
vinculación más allá de la obligación de salvar el pellejo. Hasta tal punto su
aventura/desventura había dejado marca en el ánimo de Yang -había sido capaz de
sobrevivir allí donde millones de otros hombres habían muerto-, que nunca contó
nada de ella a sus dos hijos y una hija que tuvo al iniciar su nueva vida en
Estados Unidos. No fue hasta el año 2002 en que un periódico coreano dio a
conocer la increíble historia de su compatriota, llegando a hacerse una
película con ella (My way, 2011).
Está visto que el destino, a
veces, se divierte a nuestra costa de la forma más truculenta posible.
(Tomado del blog "Memento Mori!"
, de Ireneu Castillo)
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